Por Greta
Debo admitir que me considero adicta a Bogotá. Me fascina esta ciudad. Ante todo, me encanta porque acá he encontrado lo que en otras ciudades del mundo he visto en pocas (o no tan variadas) formas: las miradas que desvisten.
Vivo en Chapinero desde hace un tiempo y admito que me encanta salir de noche a Carulla, no sólo porque ahí he encontrado las meriendas que me han salvado de tardes de ayuno, sino también porque ahí me he topado con una que otra mujer queme ha hecho olvidar por qué estoy en ese lugar.
He oído decir a muchas personas que entrar a ese supermercado en las noches es como estar en Theatrón en sus épocas de gloria, con la diferencia que el DJ toca desde «el moderno edificio de cristal». Y aunque es cierto que por ahí se movilizan variopintos y hermosos hombres que van en busca de marido o de una noche loca, también hay mujeres que no sólo van a comprar productos para el hogar; puedo afirmar con conocimiento de causa que una inocente parada en el supermercado puede terminar en una incansable noche bajo las sábanas, sobre el comedor o en un espacio que no sé cómo llamar, que se debate entre el sofá y el piso.
«Carulla es Carulla», y lo confirmo, porque una de las mejores noches de placer que he tenido en mis últimos meses de soltera me la brindó este negocio.
Ya la había visto en otra ocasión y me imaginé que debía tener un gato, porque se vestía como esas personas que prefieren la independencia de los felinos a la inútil necesidad de los perros. Debe llamarse Alicia, pensé. Y aunque su nombre lo vine a saber entrado el amanecer del viernes, sí acerté en pensar que algo de felino debía tener. Llegamos a mi apartamento sin haber comprado lo que cada una necesitaba y en un espacio de tiempo tan corto, que ni siquiera me permitió darme cuenta de cómo había ella logrado arrancarme la ropa sólo con la mirada. A esas miradas me refiero.
Me considero una mujer apasionada, más voraz unas veces que otras, pero ella me dio a entender que bastaba sólo con un gesto suyo para que yo llegara al cénit del éxtasis. Debo confesar que la noche con esta mujer me hizo recordar que no todos los encuentros apasionados están hechos con el mismo método. Este episodio, que extrañamente no terminó como todos se imaginan, fue motivo de mis mejores sueños eróticos de las semanas posteriores.
Ella, recuerdo, me tenía doblegada. Y sin tocarme durante varios minutos, que parecieron milenios para mí, hizo que me empezara a acalorar y a acelerar mi respiración. Ella insistía en que debíamos conservar la compostura, y desearnos por encima de la ropa, en silencio, sin parpadear y sin siquiera demostrar que estábamos a punto de caer en el paradisíaco jardín de las delicias. No puedo describir con exactitud lo que hicimos, pero cada gesto, cada caricia la hacía como si me estuviera conduciendo al último orgasmo de mi existencia. Lo que más recuerdo de esa noche son sus manos: nunca estuvieron al alcance de mis ojos. Creo que sólo las volví a ver cuando, temprano en el amanecer de ese memorable viernes, se las pasó por el pelo para ordenárselo un poco.
Logro evocar también la sensación caníbal que me dominó, la forma como la empujé contra el sofá y cómo ella logró defenderse obligándome, sólo con su respiración, a quedarme quieta, debajo de ella. Fue una batalla a muerte. Sus piernas me atraparon mientras las yemas de sus dedos buscaban la forma de torturarme cada vez más. Quise sentir en mi lengua toda su piel, su sudor. Y luego, la muerte.
La he vuelto a ver en Carulla algunas veces. Y lo que más me gusta es fijarme en la forma como coge las frutas, en cómo las huele para saber si están maduras, en el modo sutil en que toma el pan del estante evitando que se le hundan los dedos. Y recuerdo.
Buena historia. Tantas cosas que pasan sin que el resto del mundo se percate…
>Al del discurso de alla arriba, tipico de las personas de doble moral, si tanto le indigna, qué hace leyendo esta revista?, seguramente existen blogs y publicaciones mas acordes para usted. no pretenda ser salvador en donde no se necesita, en donde no se ha llamado, en donde no se cree ni una de sus palabras….Lorena M