MI CIUDAD
x ELVIRA CUBEROS GOMEZ
No importa donde esté ni que tan lejos;
siempre serás la imagen de mi entorno,
ciudad de mis recónditas ternuras
que orgullosa dominas las alturas,
extendiendo los brazos generosa,
para abrigar a propios y extranjeros.
No importa donde esté, ni que tan lejos;
basta cerrar los ojos un instante,
para verte otra vez llenar mi vida
de ilusiones, de amor, de poesía.
En tu centro nací, cerca al Palacio,
La Catedral Primada y el Sagrario,
la plaza de mercado, El Capitolio,
Santa Clara, hoy museo colonial,
la blanca torre del observatorio…
Santa Inés que no está y San Agustín.
Diagonal a la tienda de las Torres
no vi tampoco al mono Almonacid
para comprar allí las golosinas
que endulzarnos supieron la niñez.
En una casa grande con tres patios;
columnas con geranios florecidos,
rojos novios y blancas margaritas,
supieron del cuclí, las escondidas,
el juego de pelota, la golosa,
los zancos, bicicletas y patines.
Aquel sector del barrio que hoy es parque
alguna vez, fue centro del Cartucho.
Hoy se yergue la escuela de varones
majestuoso vestigio del pasado.
Creciste, como yo, sin saber cuando
y… si fuiste pequeña, no me acuerdo;
¡Mi gran ciudad, de ayer, hoy y mañana,
deslumbrante, fantástica y esquiva!
El follaje esmeralda de tu suelo,
mi futura promesa. Y… Monserrate
con su blancura al despuntar el día.
El sol de los venados –tus ocasos
paleta indescriptible; vivo fuego
fuente de inspiración, luz de mis ojos–.
El Parque Nacional, las marionetas,
un mapa de Colombia en gran relieve;
suave algodón de azúcar, los duraznos,
el Parque Santander con su retreta,
Aquellas caminatas nocturnales,
la Calle Real o las sombrererías…
tocar timbres, correr ¡oh, que delicia!
Bolívar y las fuentes luminosas
que al tímido contacto de mis manos
sus tonos irisados escondían.
Las fuentes ya no existen… hoy es otra
ésta plaza. La plaza de mi historia
–testigo fiel de mis primeros pasos–
que contempló ese pueblo silencioso,
desfilar a la luz de las antorchas…
que vio elevarse los pañuelos blancos
y descender palomas inmoladas,
cuando el fuego tiñó de rojo el cielo,
lloró… y su llanto recorrió las calles
entre la muchedumbre enardecida.
Al observarte convertida en ruinas
tus personajes desaparecieron:
Pomponio, Loca Changua, Margarita,
–la del rojo clavel con su sombrero–.
El maestro Chacón, hombre educado,
que con las tapas bien disimulaba
agujeros en ollas y sartenes;
el deshollinador… los pregoneros,
no se escucharon más y en los andenes
también callaron los organilleros.
El bobo no corrió tras el tranvía;
voceadores de prensa, lustrabotas
se fueron con su piano y su cultura
por toda la ciudad a calles nuevas.
Tu clima lo cambió el calor humano
del médico, el artista, el artesano,
el mago, el erudito, el ingeniero,
o el maestro y el sabio… el escritor,
el bombero, el soldado, el general,
o el genio, el policía y el ladrón.
Hoy unos viven cerca a las estrellas,
otros, los más, muy por debajo de ellas.
Los claustros, los jardines infantiles,
otra universidad –la de la vida–,
grandes clínicas, bancos, hospitales,
modernos edificios, casas nuevas
convivieron con viejos caserones.
Te volviste más grande… más humana
pero, no puedes ocultar la herida
de tus alcantarillas habitadas.
Se acabó el matinal en el Apolo,
matine y vespertina, el Mogador,
Cine Metro, el San Jorge o el Faenza,
Y… para no perder tal afición,
nos fuimos a vivir cerca de El Cid
–un teatro moderno entapetado–
en el que hasta bailamos Rock and Roll.
Usé cuarto tacón y medias largas
y tú… te maquillaste igual que yo,
abriendo tus espacios al amor.
Entonces me alejé. Como la niebla
huyeron el hollín con la llovizna,
las historias de miedo y los fantasmas
de leyendas y cuentos infantiles.
Se acabó en las cocinas el carbón
y el reflejo del fuego sobre el cobre
de las viejas estufas se extinguió.
Te volviste de luz como una fiesta,
no hubo más chocolate ni tertulias
y entró a las casas la televisión.
La página mejor de mi memoria
está llena de ti y, enternecida,
añoro de tu nido la tibieza.
Porque tú resurgiste como el Fénix,
hacia todos los puntos cardinales
y hasta el pie de los montes extendida,
yo te sigo evocando y te comprendo,
rumorosa colmena que te pierdes
en la noche sin par de mi sabana,
meciendo en tu regazo la pobreza.
Los que fueron y son, los entrañables,
lejos de mí, verán salir el sol.
Los niños crecerán, son tu promesa;
La juventud te contará otra historia
y también te amará más que a la vida.
El alba no sabrá de tu desvelo
y seguirás intacta en la memoria.
–metrópoli de cambios y contrastes,
que hoy al mundo le muestras, orgullosa,
tu folclor, tu riqueza, tu cultura–.
¡Como se ve tu imagen desde el aire!
Vuelo hacia ti y al filo de la tarde,
las huellas de Salmona –el visionario–
son gemas engastadas en tu pelo.
Los árboles de troncos generosos,
silenciosos testigos de mi vida,
el Teatro Colón, las bibliotecas,
el Cementerio, el mancillado río,
y la plaza de toros bajo el cerro,
siguen ahí mientras se muere el día.
Mi espíritu, tu esencia y el ocaso,
palpitan al unísono vibrantes.
Sé que hallaré refugio entre tus pliegues,
regazo maternal siempre dispuesto,
mariposa escapada del recuerdo,
pura estrella fugaz de mi destino.
Hoy mi pena te alcanza con el día,
No importa donde esté, ni qué tan lejos,
la sombra protectora de tus alas
siempre me cubrirá ¡ciudad querida!
Medellín, octubre 4 de 2005
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>La juventud te contará otra historiay también te amará más que a la vida.El alba no sabrá de tu desveloy seguirás intacta en la memoria.–metrópoli de cambios y contrastes,que hoy al mundo le muestras, orgullosa,tu folclor, tu riqueza, tu cultura–.