Por Sergio Mejía
Hace unas semanas en una reunión familiar estaba contando cómo fue la fiesta de BBYB del 19 de Septiembre; el concurso de los calzones más sexys, la regalada de trago y alguna que otra historia de besos y lujuria. De repente mi sobrino de 18 años me preguntó que por qué nunca lo había invitado a una de esas fiestas. Cuando me disponía a responderle, mi hermano, su papá, categóricamente dijo: “te prohíbo ir a una de las fiestas de tu tío”. Al indagar por las razones para tal posición, mi hermano me explica que el considera que un lugar donde se regala trago a diestra y siniestra y se fomenta abiertamente la lujuria y liberalidad sexual no es el mejor ambiente para una persona tan joven. Para no aburrirlos con la discusión posterior, me fui pensando en si podría tener algo de razón. Finalmente es lo que diría cualquier padre de familia cuando su hijo post adolescente le pidiera permiso para ir a una fiesta de esas características, y seguramente, la reacción sería más visceral si la que pide permiso es la hija recién graduada del colegio, que le cuenta a su papá que lleva sus calzones más sexys para ver si se gana el concurso mencionado anteriormente, lo que por supuesto implica desfilar en calzones frente a un grupo de desconocidos. Ya será tema de otro editorial el aspecto moral implícito en este punto, por ahora me enfocaré en la juerga y la lujuria.
Es un ambiente “lujurioso” con trago y desnudez, inadecuado para un joven de 18 años o en general para cualquier adulto? Tiene algún sentido que se proteja con mayor celo a las mujeres jóvenes de ese ambiente?. Alcoholismo, enfermedades venéreas, embarazos tempranos y promiscuidad sexual, son argumentos frecuentes que sustentan la satanización de este ambiente y la actitud proteccionista de los padres. Es incuestionable que el consumo de licor conlleva efectos negativos a corto y lago plazo tanto para el individuo como para la familia y la sociedad. Si usted se la pasa “jartando”, el trago como toda sustancia psicoactiva, le puede pasar la cuenta de cobro convirtiéndolo en alcohólico y se habrá tirado su vida. También es cierto que si usted se ha comido a todas las putas del barrio Santa Fe sin condón, tiene más posibilidades de quedar “pringado”, es decir contagiado por una enfermedad venérea, o si se la pasa de “picha mica” con todas sus amigas o amigos y planifica con “el por favor diosito…” después de la venida adentro, lo que está haciendo es jugando a la ruleta rusa y tarde o temprano le van a dar esa noticia que lo va a poner a sudar frío imaginándose cómo será su vida ahora que puede ser padre o madre.
Pero apuntar el dedo acusador contra el trago, las putas del barrio Santa fe o mis amigas de la época universitaria, no es justo, ni acertado. Así como los causantes de los accidentes automovilísticos en donde hay licor involucrado, no son los autos ni el trago en si, sino el irresponsable que decide conducir su auto totalmente “jetiado” por la autopista norte; los determinantes de la propagación del SIDA y de los embarazos no deseados, no son las excursiones de fin de año a la costa, ni la prostitución, ni las fiestas. Es el individuo el que toma la decisión de tirar sin condón, de no llamar un taxi o no parar luego de los 3 tragos con los que queda listo, o que decide meterse el shut de heroína la primera o segunda vez.
En este orden de ideas, considero que podemos asumir la vida desde tres perspectivas. Volverse “abstencionista” y vivir en una caja de cristal en donde se renuncia a la práctica lujuriosa o en algunos casos se evita por completo el contacto con cualquier factor potencial de riesgo o tentación. Al otro extremo, está el que decide que la vida sin riesgos no merece ser vivida, y opta por vivir en la cuerda floja y darse en la cabeza con basuco mezclado con heroína, mientras se la pasa en orgías bisexuales cada fin de semana. La tercera posibilidad es no situarse en ningún extremo, sino tirar, tomar, meter y manejar, con criterio, responsabilidad y prudencia, entendiendo que cada vez que se echa un polvo, se emborracha hasta quedar inconciente o se da en la cabeza con alguna otra droga, asume algún nivel de riesgo y que lo más sano es que mientras más calculados sean esos riesgos, mejor será para su vida.
La opción “abstencionista” por decisión propia o por imposición externa puede ser una solución para algunos. Ejemplo de esto es el padre proteccionista que espera retrasar al máximo la iniciación sexual, o desflorada que llaman, de la niña de la casa, internándola en un convento, están quienes por creencias religiosas o moralistas se deciden por la castidad o quienes simplemente deciden no darse en la cabeza ni “descabezarse” de ninguna forma, por que les preocupa el deterioro neuronal que eso pueda ocasionar. Descartando a las típicas tías que estuvieron en el convento de las monjitas clarisas, no conozco casos realmente exitosos de abstención sexual en adultos y más bien pocos de gente que nunca se tome un trago, se fume o se meta algo, a no ser que haya tocado fondo y esté pasando o haya pasado un proceso de rehabilitación o que se esté recuperando de una enfermedad complicada. No dudo que existan, pero estadísticamente deben ser poco relevantes. Y la razón es muy simple; como seres humanos, estamos programados biológicamente para la búsqueda de la gratificación.
Si señores nos cuesta mucho trabajo dejar de ser humanos. El cerebro evolutivamente busca placer. El placer nos dice que todo está en equilibrio, disminuyendo la ansiedad y el estrés. Incluso está probado que el placer mejora nuestra resistencia a enfermedades, aumenta la expectativa de vida y atrasa el envejecimiento al disminuir el cortisol (hormona relacionada con el estrés) en la sangre, minimizando la afectación sobre la cadena del telómero (capa protectora de la cadena de ADN, relacionada con la muerte y la división celular). Dr David Warburton. Universidad de Redding. Reino Unido. 2001. Solo hasta ahora estamos empezando a estudiar científicamente el placer, y descubriendo el complejo circuito entre estructuras cerebrales y neurotransmisores, pero desde los griegos se abordaba el tema con total seriedad. Basta mencionar el Epicureísmo, escuela filosófica que ubica la búsqueda del placer como el principio y fin máximo de la existencia humana.
Quien sabe quien carajos se inventó que el placer era malo o mentiras, todos conocemos las raíces de semejante idiotez, pero eso será asunto de otro artículo. El caso es que convertimos el placer y todo lo relacionado con él, en un mito. Le atribuimos un carácter maldito y pecaminoso, dignificamos la pureza y la virtud, y como una extensión, sacralizamos el sexo al validarlo solo cuando hay amor involucrado. De hecho, pomposamente nos referimos a él como “hacer el amor”. Curiosa santificación si pensamos que el sexo es una más de las actividades del ser humano, tan normal como comer, dormir o cagar y eso no implica animalizarlo o despojarlo de su carácter emocional vinculante, ni desvalorar el carácter romántico con que se impregna cuando es una expresión de amor hacia su pareja, simplemente es entenderlo primariamente como el instinto que es y secundariamente atribuirle la aureola de romanticismo que lo acompaña, cuando el polvo es con alguien de quien está llevado del putas.
Tirar enamorado es la verga y cuando es correspondido es aún mejor, pero el sexo sin amor, simplemente por que es rico follar, también puede tener espacio en nuestras vidas sin que adquiera un carácter impropio o aparezca alguien que diga que tirar sin amor “deja un vacío en el alma”. Lo que deja esa sensación, es que usted no la tenga clara y/o peque de ingenuidad y se imagine pajaritos preñados cuando está con una prepago o con la niña que acaba de conocer en una orgía. De hecho, existen millones de historias de sexo casual, recreativo y entre total desconocidos que se conocen de juerga, que terminan en historias de amor de cuento y para toda la vida. Quizá de no haber tirado “sin amor” esa primera vez, no se habrían enamorado por que entre otras cosas el sexo estimula la oxitocina y la Feniletaminomina, denominadas las hormonas del amor por que favorecen que nos vinculemos después de tirar.
Para cerrar este artículo y porque mis socios me regañan cuando me extiendo echando tanta cháchara, solo le diré a esos padres prohibicionistas y a alguno que otro moralista; que el sexo, los vicios y la búsqueda proactiva de lo que nos da placer, son connaturales al ser humano y a la vida moderna que tenemos hoy. No ayuda mucho encerrar a los jóvenes en una burbuja o utilizar el terrorismo preventivo frente a las drogas o el sexo, porque quiéranlo o no, sus hijos e hijas son seres sexuados, que responden bioquímica y psicológicamente a la necesidad de obtener placer y gratificación, y se arrechan igual que cualquier otro adulto; y esto implica exponerse a un mundo lleno de riesgos y cagadas, pero no podemos renunciar a ser humanos y a vivir como tales. La mejor opción en mi humilde opinión es vivir la vida entendiéndola como un riesgo calculado, pero sin dejar de vivirla, simplemente vivir con criterio, y entendiendo las consecuencias de sus actos. Por lo general se aprende de los errores, cuando se experimentan en carne propia las consecuencias de las embarradas. Ojalá fuera distinto pero infortunadamente la mayoría de nosotros necesita la patada en las pelotas para aprender, o pasar uno de esos sustos de “…imagínate que no me ha llegado…” o despertarse vomitado y magullado sin saber como llegó a ese motel de Tunja rodeado de tres “diablas” empelota y con un baucher por novecientos mil pesos en su tarjeta de crédito. Todo eso nutre la experiencia y reduce la probabilidad de que cometa las mismas idioteces.
No pretendo decir que se debería probar de todo. La heroína puede generar adicción inmediata y son muchas las historias de vidas promisorias que terminan en los putiaderos del centro dándolo por diez mil pesos para poder comprar basuco. Pero me da más confianza una educación totalmente abierta acerca de las drogas y el sexo, con honestidad sobre lo bueno, lo malo y lo feo. Educando más sobre la premisa de que tarde o temprano ese joven va a estar en contacto con las drogas, el trago y el sexo desenfrenado, recreativo y casual, y que es mejor que este bien y objetivamente informado. Finalmente en la vida real, la que se da al salir un viernes de la universidad, o en la excursión de final del bachillerato o en la rumba de grado de la universidad, ese joven tendrá que tomar una decisión, y se verá enfrentado miles de veces a ese dilema durante su vida; me lo tomo…, me lo huelo…, me la como sin condón…, se lo doy….?. Solo podemos esperar que la formación y la educación que recibimos o le impartimos a los jóvenes, permita que tomen las decisiones correctas y que si hay que enmendar alguna embarrada, se acerquen a nosotros o a alguien responsable y sabio que lo pueda orientar asertivamente. El curso de nuestras vidas, solo es un reflejo de nuestras buenas o malas decisiones y de cómo aprendemos de ellas. Como decía Sartre: “El hombre no es más que lo que hace de sí mismo”.