Ayer me encontré con un grupo de artistas dedicados al pornoterrorismo. En realidad ha sido una gran experiencia poder compartir con gente tan liberal y con prácticas tan extrañas a la normativización de nuestros hábitos que yo, que se supone soy bastante liberal, quedé impactada pero con ganas de seguir viendo y aprendiendo cosas más allá de los que se nos dice y enseña como correcto. El tema de ayer fue que, luego de una rica paella a la valenciana, Idoia y Diana (las pornoterroristas), sintieron la necesidad del dolor. Algo tan inhabitual como decir: de sobremesa en vez de siesta quiero dolor. Diana sacó un paquete de agujas de jeringas e Idoia buscó un lugar para desangrarse, luego Diana se aplicó las agujas en todo el antebrazo, atravesando la piel para hacer una bonita y estética hilera. Idoia se sacó sangre con ayuda de una de las agujas que le dio Diana. Claro, usaron todo el equipo de asepsia necesario: alcohol, agua oxigenada, gasas, etc. Lo interesante fue que ellas practicaron este “ritual” como algo cotidiano, normal, mientras continuamos la charla platicando acerca de la voluntad del dolor, del dolor como expresión genuina y posibilidad erótica, así como de la relación entre dolor y convenciones culturales. Les dejo el tema para pensar y reflexionar sobre el hecho de que hoy muchas cosas transgresivas (que mantienen una profunda relación con el cuerpo, el gozo y la sexualidad) se convierten en prácticas relativamente cotidianas.
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