
Nada qué hacer, la cultura sexual contemporánea está abriendo posibilidades inusitadas en otros tiempos, pese al evidente renacer del conservadurismo más rancio en todas las latitudes del planeta. Contra tal conservadurismo existimos aquellas que hacemos una especie de pornoguerrilla o, para usar un término más acabado creado por Diana Torres, somos una especie de pornoterroristas que luchamos por ampliar el radio de comprensión del sexo o , por lo menos, no dejar que se cierre del todo el círculo de las conductas morales más reaccionarias. El asunto es que, desde estas disidencias, hemos podido evidenciar que la sexualidad y los modos del placer sexual son infinitos. Recientemente pasaba por una calle del D.F. y entré a una tienda de juguetes sexuales muy afamada y vaya sorpresa, en la sección de dildos encontré varios consoladores producidos para la estimulación prostática, es decir, consoladores evidentemente orientados a la población masculina. Lo interesante no es esto, sino que, al ponerme a conversar con el joven que atendía me contaba que no sólo la población homosexual compra este tipo de aparatos; me decía que un buen y creciente número de parejas heterosexuales han logrado vencer el terror anal masculino y el hombre ha empezado a disfrutar del orgasmo prostático sin que ello implique una conducta homosexual. Las parejas heterosexuales pueden disfrutar por los variados frentes del placer sexual: estimulación clitoriana, vaginal y anal para la mujer; estimulación del pene, del ano y de la próstata para el hombre. Así que el terror anal masculino, sobre el que se ha construido la civilización de muerte actual, ha encontrado un nuevo adversario, a saber, el orgasmo prostático, lo cual mantiene la partida contra la moral de la prohibición y el recato, evidenciando nuevas y diversas tendencias sexuales que van más allá de las tradicionales coordenadas del placer masculino.
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