¿Por qué no postular la sexualidad como una forma abierta de resistencia? ¿De qué se trata esto de ir abriendo lugares en las redes sociales, en las academias, en las universidades a través de una performances del travestimiento? Si no lo han entendido aún, déjenme aclararlo. Me travisto porque me gusta causar roncha, llaga, perturbación. Ver la gente puesta y de repente interpelada por una simple presencia; los he visto casi agobiados, enojados, firmemente dispuestos a golpear con la burla, la humillante carcajada, la mirada de desprecio. Lo padezco, pero esa es mi profunda satisfacción también, por paradójico que parezca. Hace una semana, estando en Nueva York – la gran y cosmopolita Nueva York — fui a una cita con Gary, un amigo costarricense que vive en Brooklyn, quedamos de vernos en Gran Central Terminal, ícono de esta ciudad. Pues, travestida con mi turbante, mi barba y mis pestañas largas, me perdí y tuve que deambular sin sentido por todo el lugar; las miradas variaban según mi propia lectura: desaprobación, asombro, desprecio, agrado, aceptación y hasta comentarios maravillosos provenientes, casi todos, de mujeres. Debo decir que me siento muy vulnerable estando travestida y sola, por ejemplo, cuando iba en el metro sola me senté en un rincón, pero tengo firmeza en mi corazón porque tiene sentido la intensión y de eso se trata, usar mi cuerpo como un arma de disidencia y desentonación con la norma. Aquí y en todo lado dicen que Nueva York es la gran ciudad del mundo y que pasa de todo, pero, pasa de todo pero no pasa nada, yo siento que no encuentro un lugar para mi acomodamiento; aquí como en cualquier otro lugar, la norma reina, la moda (que es una forma de uniformizar) manda, los sujetos excéntricos son los más normados y discriminativos (hablo de travestis, transexuales y así). Me encanta ser esta especie de arma que desarticula lo situado y que se para en dónde pocos se paran, la radical disidencia bizarra, una travesti incendiaria, una vestida que interpela.
Publicado en: La Esquina de Pinina
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