Clarita es la hija de mis padrinos y la única de mis primas contemporáneas; con la que crecí, aprendí a nadar, me presté la ropa y hablé de noviecitos por primera vez. Las dos estábamos en primero B en la jornada de la tarde, de dos colegios diferentes. Tan parecidas las dos, siempre. Nos vestíamos igual, decíamos ser hermanas y cantábamos villancicos en diciembre en las tiendas del barrio San Martín de Loba en Bogotá, cada año, durante muchos años.
Nuestro sueño siempre fue ver salir el sol, así, por la ventana de la casa en Bogotá, pero siempre nos quedábamos dormidas y entonces había que planearlo otra vez, cada noche.
Con Clarita fui al culto por primera vez, teníamos una líder que se llamaba Jenny y llenaba de colores La Biblia, ella hacía la célula los viernes y entonces orábamos, hablábamos de Dios –siempre bueno- y de la vida, supongo… Pero esto último me lo estoy inventando, no me acuerdo muy bien.
A Clarita la amé en forma incondicional, siempre. De esos amores que no se profesan porque sonarían escandalosos, pero que laten en lo profundo del pecho y se mueven tenuemente hasta llegar a las pestañas y a la sonrisa. Con Clarita bailé por primera vez Baladas Americanas, en una fiesta de cumpleaños sorpresa, que le organizó mi madrina y a la que invitó a los amigos del colegio, como en un primer acto teatral sobre el cortejo.
Clarita siempre fue más bonita, siempre tuvo más éxito con los niños y siempre estuvo más chévere que yo, también fue la que se desarrolló primero. Ahí se rompió un lazo muy fuerte, ella ya era una mujer y no se podía meter a nadar conmigo porque estaba en “esos días”, le crecieron los senos, se le anchó la cadera y, de nuevo, empezó a tener más éxito con los niños (ahora muchachos) que yo. Entonces me morí de envidia.
Clarita tuvo su primer novio al mismo tiempo que yo tuve el mío, también nos contamos sobre nuestra primera vez y la segunda y la tercera y la rutina. Clarita tuvo el orgasmo que yo me tardaría varios años en tener. Entonces me morí de envidia, otra vez.
Un día nos quedamos despiertas toda la noche y vimos el amanecer. Ahí creo que, de nuevo, se quebró algo grande entre las dos; ya no tenía sentido que nos quedáramos juntas. Las cartas enviadas con alfabetos inventados, en las que planeábamos la próxima noche para ver salir el sol, se hicieron innecesarias.
Con Clarita me di el primer beso con una mujer. Nos tocamos, nos conocimos, nos excitamos hasta la saciedad y nos volvimos a besar, todo sin el morbo que entraría al juego muchos años después, en mis relaciones con otras personas, pero sin la inocencia que le atribuyen a la niñez; porque sabíamos que estaba mal, que había que hacerlo a escondidas y no contarle a Jenny, ni a los papás, ni a nadie. Y así, cada noche, durante muchos años.
Y tal vez por eso cuando se desarrolló se rompió ese lazo tan profundo que se tejió en el erotismo, en la sexualidad que es por primera vez y que además es lésbica. ¿Si aplicará ese término para dos niñas de 6 años? Igual era nuevo y era rico, ya a esa edad.
Y llegó la adolescencia y cada una formo su carácter y asumió su “rol como mujer” y entonces ya no nos mirábamos a los ojos, así ella ya hubiera tenido su primer orgasmo con su novio y yo no, por más que le inventara siempre que sí. Porque aún cuando siempre supimos que besarnos y excitarnos y frotarnos y restregarnos la una con la otra, estaba mal, con el crecimiento llego ese pudor pendejo y ese deber ser “como mujer” que abrió una brecha inmensa entre las dos. Como si no hubiéramos sido ya mujeres, cada noche en que nos quisimos tanto.
Entonces crecimos y ella seguía yendo al culto y yo, bueno yo no sé si deje de creer en Dios o nunca lo hice, pero entonces mi moral era distinta y me las daba siempre de frentera y ella me parecía tan morronga. Tan cristiana y metiendo al noviecito a escondidas a la casa, tan cristiana y tan mentirosa, tan cristiana y llevando trago al colegio bien, donde estudiaban las niñas bien como yo, pero no como ella. Y entonces crecimos y se terminó de romper eso tan profundo que se construyó entre las “cabaña”s que hicimos con sábanas, cada noche durante tantos años. Y la dejé de amar.
Y entonces Clarita hace unos días decidió que se ve va a vivir con una novia que tiene, que tuvo sin decirle a nadie, luego de muchos novios. Y salió del closet sin hacer bulla, sin darle explicaciones a nadie, así mis padrinos se murieran de la rabia y de la frustración, así yo me enterara por los chismes de la familia, porque hace muchos años no hablamos. Y me morí de envidia otra vez, pero esta envidia diferente que no da piedra sino que genera incomodidad. Me morí de envidia de saberla tan fuerte y tan decidida, mientras yo seguí nadando en la ola cómoda de la que se las da de frentera y que no le tiene miedo a hablar de nada, pero que de verdad se asusta al mirar a Clarita a los ojos. Me dejó incómoda sabiendo que así, tan morronga como siempre la creí, tan mentirosa como siempre me pareció que era, estaba dándole al mundo una muestra de valentía y de amor profundo. Y entonces el problema siempre fue mío, ella siempre fue auténtica, SIEMPRE; nada más que yo seguía convencida de que ella debía ser como yo quería, como había soñado desde que éramos niñas y nos queríamos tanto.
Entonces decidí escribirle esto, la que podría ser la última de nuestras cartas, con el alfabeto convencional; con el afán de que me lea y sepa que la amo inmensamente; que la admiro y que hoy, luego de tantos años de ausencia y sin pretender entrometerme en su vida que es tan suya, le entrego toda la lealtad que le debo desde hace tiempo, la entrega sin interés y sin el miedo de mirarla a los ojos.
x Carmenza
@ZaCarmenza