x Laura Pardo
@laupardocordero
La representante de Colombia ganó el concurso de Miss Universo y creo que es una bonita ocasión para meter la cucharada en tantas críticas que insisten en decir que el logro de la señorita es poca cosa y que es el colmo que los noticieros y el ‘pueblo’ en general, se ocupen de asuntos como ese.
Dentro de los principios cristianos que se nos han enseñado a perseguir a la mayoría de colombianos, está el de ubicar en la jerarquía moral lo relativo al plano físico, material, por debajo de todo aquello relacionado con la dimensión espiritual e intelectual del ser humano. Así pues, parece ser que para la masa cibernética, que grita a través de las redes sociales, es motivo de mayor orgullo que una persona relacionada con uno (sea mi hijo, mi hermana, mi compatriota, yo misma, etc.), resulte ser una científica, una alta ejecutiva o una intelectual de reconocida trayectoria académica, a que decida, en cambio, encaminarse por el frívolo mundo del entretenimiento y pretenda ser modelo de pasarela, presentadora de farándula o miss universo.
Por alguna razón, que no logro comprender del todo, hay unas profesiones relacionadas con el plano físico que parecen gozar de mejor reputación que otras: es preferible ser Nairo Quintana que ser Paulina Vega, pues el deporte sí es considerado como una profesión que «claramente da sentido a la vida» y que por el contrario, ocupar uno o dos o más años de tu vida en prepararte para alcanzar el máximo galardón en un concurso de belleza, no puede ser considerado igualmente válido, ya que se apela al reconocimiento ajeno para dar sentido a la vida.
Sin duda la consideración acerca de lo que es bello o físicamente deseable, así como de las virtudes intelectuales o actitudinales que se juzgan valiosas, está íntimamente ligada con la sociedad en la que viven y se construyen las personas, con los valores que son caros a esa sociedad. Todos buscamos reconocimiento en los demás y eso no significa que no lo encontremos también en nosotros mismos, Nairo no se queda montando bici juiciosamente, todos los días en las montañas colombianas, sino que decide hacer de esa forma de vida su sustento, que además de dinero puede darle reconocimiento social y convertirlo en un orgullo patrio.
Así como la señorita Colombia busca que un grupo de ‘otros’, internacionalmente conformado y con gran resonancia mediática en nuestro país, dictamine que su belleza es superior a la de las demás, cualquier columnista que decida expresar su punto de vista sobre lo reprochable que le parece la atención prestada a un acontecimiento como ese, también busca el reconocimiento de sus lectores, seguramente espera encontrar a otros que piensen como ella y le recuerden a Paulina que la meta que acaba de alcanzar en realidad no es tan importante y que, por el contrario, está siendo cómplice de la perpetuación de terribles condiciones socioeconómicas en las que viven la mayoría de quienes se alegran con su triunfo, de la violencia de género y del circo patriarcal que nos impide a todas las mujeres progresar.
Me pregunto yo ¿cómo puede alguien decidir y opinar y juzgar sobre lo que puede o debe dar sentido a la vida de los demás, y aún peor, de unos ‘demás’ que ni siquiera conoce? ¿Por qué el hecho de que una señorita X, como muchas otras de su misma edad y en condiciones socioeconómicas similares, haya decidido fijarse una meta determinada, por las razones que haya querido tener y que en su momento consideró suficientemente válidas para sí misma, como por ejemplo, ganar un concurso internacional de belleza, la determina y la define absolutamente hasta el punto de decir que ese será su máximo mérito? Me pregunto ¿cuáles serán los logros que todos los que la critican habían alcanzado a sus 22 años, como para que tan descaradamente ridiculicen y descalifiquen su resultado en ese concurso que, aunque puede ser irrelevante para mí o para ti, ciertamente no lo es para ella ni para todo el público que lo sigue?
Se habla de que lo reprochable de este tipo de atención a los asuntos de farándula es que evita que ‘la gente’ (término que imagino es utilizado para referirse a la gran mayoría de colombianos promedio, estereotipadamente percibidos como torpes, poco reflexivos y manipulables, que engordaron el raiting y se emocionaron con la victoria efímera de Paulina, así como con la de Nairo y también cotidianamente con las telenovelas de horario triple A) se percate de lo precaria de su situación, de la gravedad de sus problemas, de los asuntos que inciden directamente en la economía, la política y demás temas ‘realmente’ importantes y relevantes. Lo ‘realmente’ importante, ¿debe ser lo mismo para todos?, ¿deberíamos propender por hacer que cada uno viva según los parámetros determinados por alguien más para alcanzar su propia felicidad y de acuerdo con los cuales debe decidir gastar los minutos de su vida? ¿Según los parámetros de quién debemos establecer nuestra propia categorización de lo más o menos importante? ¿De las columnistas y comentaristas de las redes sociales, que se autoproclaman defensores del género y contradictores de la sociedad patriarcal, inmunes al pan y al circo, que saben de sentidos vitales y de logros y de méritos válidos para todos?
Por otro lado, considero que el argumento de la distracción, referido a una enorme clase media colombiana, en un momento de tantísima oferta y variedad de contenidos y de fuentes ampliamente accesibles por internet, en el que virtualmente cualquiera que tenga algo que decir puede hacerlo y encontrará algún otro que lo escuche, y en el que cada vez más se incentiva el expresar una opinión, cuando estamos, más que nunca, prestos a declarar si algo nos gusta o no nos gusta, o a condensar nuestras ideas en 140 caracteres, es por lo menos, débil.
Mi interpretación de ese discurso es que es decididamente doble, puesto que, por un lado se regodea en una auto-victimización, cuando quien critica se identifica a sí mismo como parte de esa ‘gente’ que está ‘jodida’, títere de los medios de comunicación y condenada a la eterna estupidez, y por otro lado, en una soberbia posición de superioridad, cuando quien critica se ubica del lado de los iluminados y se proclama a sí mismo como parte de un sector de mayor o verdadero entendimiento, de probada inteligencia, hasta el punto de tener el derecho y autoridad de decir qué puede dar sentido o no, a la vida de alguien más.
Cualquier parroquiano de clase media en Colombia, que sepa leer y tenga acceso a internet y algunas horas a la semana de distracción e interacción con los medios de comunicación y con sus compatriotas, puede perfectamente decidir en cuáles contenidos gasta su tiempo, de qué información se procura, cuáles son las fuentes que consulta y sacar sus propias conclusiones al respecto, la obviedad de que hay que invertir presupuesto en educación de calidad y en trabajos decentes y económicamente suficientes para todos, no es algo que necesite opacar un concurso de belleza ni que se vuelva invisible para todos los que les dio la gana ‘diomedizarse’ o gastar su tiempo libre en cualquier otra cosa. Si algo te interesa y te preocupa, lo buscas, indagas, tratas de hacer algo al respecto, porque es tu responsabilidad hacerte cargo de ti mismo y de tus opiniones, nadie te obliga a ver una novela o a echarte a dormir si te parece y si decides hacerlo, eres tú el responsable de tus actos, no el libretista que escribió una historia sobre lo que quiso o el concurso que pretende decir que otorga el título de la máxima belleza universal.
Por último: estoy plenamente convencida de que cuando alguien decide que otro alguien – la gran mayoría de las veces, una mujer – se convierte en un objeto si decide mostrarse a sí misma de manera sexualmente provocativa, exponiendo los atributos que considera valiosos y deseables de su apariencia física, es quien juzga el que está ejerciendo esa ‘cosificación’, al creer que detrás de las curvas y la cara bonita, deja de estar una persona en toda su complejidad y con todas sus capacidades mentales intactas, aunque desfile en traje de baño o le guste pintarse la cara y sonreír ante las cámaras.