
x Laura Pardo
@laupardocordero
Tengo una amiga muy querida, a la que admiro y respeto mucho. Me interesé en un tema que sucedió en estos últimos días, en el que ella estaba involucrada, como representante de su proyecto Sentiido, dirigido a la comunidad LGBT y sus amigos. Quisiera decir antes que nada, que no me interesa juzgar quién tenga la razón en la discusión sobre ese tema, simplemente aprovecho para exponer algunas cosas que se me ocurren al respecto.
El tema en cuestión se refiere a otro escándalo típico de esta era de las redes sociales, esta vez motivado por una sección de un programa radial de los 40 principales, en la que se invitaba a denunciar actitudes, propias o de otros, que pudieran ser interpretadas como homosexuales, y se nombraba a estas personas como “aymarikita”. Hace unos días, cuando escuché por primera y única vez el programa mientras iba en una buseta, me sorprendió mucho que fuera posible su realización y que no hubiera sido acallado antes por las multitudes preocupadas por la comunidad LGBT, como efectivamente terminó sucediendo.
Las posiciones de rechazo, verbalizadas generalmente por representantes de colectivos y grupos especialmente interesados en lo que llaman ‘sectores minorizados’ (que yo he entendido como, por ejemplo, la comunidad LGBT, las mujeres, los negros, los indígenas, etc.), se concentran en la idea de que actitudes como las que evidencia la emisora, al permitir una sección como la que describí, promueven el irrespeto, el matoneo, la discriminación y la violencia contra las personas “minorizadas”, en este caso, personas con una orientación sexual no normativa, popularmente conocidas como gays.
En el caso concreto de esta emisora, al ver la indignación general que habían provocado, se apresuraron a cancelar la dicha sección y a ofrecer disculpas públicamente, señalando que en ningún momento su intensión fue ofender o discriminar a nadie, ni mucho menos promover conductas agresivas o violentas en contra de ningún grupo o persona. Esta conducta es la que suelen adoptar todos aquellos que son acusados de esta misma mala acción.
Sin embargo y como era de esperarse, estas disculpas no se consideraron suficientes e incluso las voces ofendidas afirmaron que el contexto humorístico o la ausencia de una mala intención, no son disculpa, reafirmando la necesidad de tomar cartas en el asunto, no sólo para modificar los valores que se creen estar difundiendo por este medio de comunicación – obligación que hacen automáticamente extensiva a cualquier otro medio -, sino también para adelantar incluso acciones penales en contra de los responsables de estos actos, interpretados como discriminatorios.
Se acusa fácilmente de atentar contra la dignidad humana o de constituir un trato denigrante, el hecho de reforzar, de cualquier manera posible, estereotipos relacionados con las personas homosexuales o con cualquier persona encasillable como parte de un ‘sector social minorizado’. Estoy de acuerdo con que en muchas ocasiones el reclamo por un trato respetuoso es justificado y que en esos casos es mejor que haya alguien que pelee por los que no pueden pelear por sí mismos, en lugar de que todos se queden callados. Sin embargo, en la mayoría de los casos, no puedo evitar pensar que se está queriendo agrandar una tontería que mejor podría pasarse por alto y que es en últimas algún tipo de complejo de inferioridad lo que impulsa a algunas personas a exigir de otros que se les trate de tal o cual manera.
En mi opinión la lucha contra los estereotipos es una lucha vana. No sólo los gays o los negros o los pastusos son identificados según un estereotipo particular, absolutamente todos encajamos o podríamos encajar en la caracterización de uno o más estereotipos, así seamos hombres-blancos-con-dinero o, en general, pertenecientes a lo que se considere como un sector no oprimido. ¿Por qué las personas que se oponen a resaltar los estereotipos, sólo abogan en contra del estereotipo que pretende definirlos a ellos mismos y no a los que son, justamente, lo opuesto a ellos? ¿Por qué no quejarse de que tilden de homofóbicos y violentos a un grupo de locutores alegrones que se les ocurrió, para ellos y para su público, que era chistosa una sección de “aymarikitas”?
Se condena el hecho de que en las ficciones de una cultura, por ejemplo en las novelas de mayor rating de la televisión colombiana, aparezcan personajes típicamente identificados con el estereotipo, en este caso, del homosexual, representado como una persona afeminada, gritona e incluso hasta ridícula. Considero, sin embargo, que esto es algo inevitable y que refleja un reconocimiento en igualdad, a una forma de ser que se ha hecho evidente en nuestra moderna sociedad, diferente e identificable frente a las otras formas de ser, anteriormente conocidas y aceptadas dentro del colectivo social.
Me parece apenas lógico que lo primero que se destaque sea precisamente esa forma de ser que resulta más impactante, más notoria, hacemos surgir al homosexual primero a través de su expresión estereotípica, exagerada, antes de que se instituya y se acepte oficialmente que también puede ser homosexual aquel que exteriormente se ve y actúe de la misma manera en la que se ve y actúa cualquier heterosexual, en realidad no veo en ello necesariamente ninguna actitud malvada.
Para reconocernos en nuestra diversidad primero es indispensable que identifiquemos en qué consiste y cuáles son las señales de esa diversidad. Por supuesto no estoy diciendo que una persona consiste en la ropa que se pone o en la forma en cómo habla o cualquier otra característica que se imponga al estereotipo. Creo que es injusto interpretar como maliciosas o rotundamente reprochables todas las referencias que se hacen en los medios de comunicación, y en el trato de las personas entre sí, en general, todas las referencias que se hagan al contenido de las figuraciones colectivas que tengamos, acerca de una u otra manera de ser, o “personaje”, que aparezca en nuestro tiempo y lugar.
¿Cuál debe ser entonces el límite que se imponga a la libertad de expresión, si se exige que todos los medios de comunicación se acojan a un lenguaje considerado políticamente correcto por un sector que ha expresado públicamente su opinión? En nombre del respeto, tendré que abstenerme de usar el lenguaje que usualmente utilizo charlando con mi s amigos, cuando haga uso de mi libertad de expresión frente a un micrófono con algunos oyentes? Depende acaso de la cantidad de oyentes mi derecho a expresarme de la forma en la que quiera?
Estoy de acuerdo en que es importante darle valor a tratarnos con respeto, pero no puede interpretarse como agresión cualquier referencia a las cosas que nos hacen únicos o que nos hacen identificables o llamativos dentro del imaginario colectivo, como ser homosexual o gomelo o mujer o lo que sea, y aún menos si se hace en un contexto humorístico o con una clara intensión de entretener sin menospreciar a nadie.
Creo también en que hay una línea muy delgada que separa el respeto del irrespeto, creo que no podemos basar nuestra definición de libre expresión en cuidar que nadie se ofenda con lo que decimos, no me parece conveniente que haya temas vedados, aunque se trate de problemas graves. Si no hablamos de lo que nos afecta, de lo que nos sorprende como sociedad, entonces cómo vamos a dirigir nuestro camino hacia donde queremos?
Tenemos también la costumbre, como sociedad legalista que somos, a poner atención en los acuerdos y leyes que estipulan lo que está bien y lo que está mal. Creo que este camino tampoco nos conducirá a ninguna parte. Cuando se aduce a textos como, por ejemplo, los Derechos Humanos, entramos en un territorio inevitablemente relativo y difuso, cuando nos encontramos con mandatos que nos exigen contemplar si de pronto, por lo que queremos decir, habrá alguien que piense mal de la persona sobre la que queremos decir algo, porque si creemos que así puede ser, entonces tenemos la obligación de callar y no poner en peligro la reputación de nadie.
En los textos para fijar acuerdos, como los Derechos Humanos, por ejemplo, se utilizan expresiones como “moral pública”. Yo no sé exactamente qué signifique eso, ni creo que sea lo mismo para todas las personas, ni creo que deba seguirse al pie de la letra una orden que nos impide cuestionar y movilizar la mentalidad de nuestras sociedades. Lo que cada grupo considera como “moral”, “bien” o “mal”, obedece a muchas circunstancias históricas, sociales, etc., que deben poder ser influidas por las personas de ese colectivo, en el caso de que haya algunos que consideren que es mejor así. El peligro de que se utilice el argumento de proteger la moral pública para coartar la libre expresión es también ya ampliamente conocido por estas organizaciones internacionales.
Por otro lado, en la vida real, en el comportamiento cotidiano y la interacción de las personas entre sí, la mayoría no está pensando en qué dice el acuerdo tal o pascual, y ni siquiera es porque el texto sea vago o porque no se conozca, creo yo que es porque la vida resulta un poco más compleja y la apropiación de esas normas es a la final, sólo un pedacito del todo.
Se achaca entonces una “responsabilidad” a los medios de comunicación o a las figuras públicas, de no decir cosas que puedan ser rechazadas por la moral social, si consideran que pueden herir a alguien expresando sus opiniones, entonces es mejor quedarse callado a riesgo de contravenir alguna ley. Nuevamente viene a mí la imagen de la delgada línea y no me queda claro qué si se debe poder decir y qué no, y además, si lo que se quiere es justamente cuestionar esa moral social? O expresar vehemente y convincentemente la desaprobación frente a algo o alguien, con el riesgo de utilizar palabras que puedan entenderse como groseras, o aún con la intención de ello, precisamente como parte de la expresión que se sale del fondo de la barriga? Cómo puede hablarse, real y honestamente, frente a un grupo, si hay que tener cada vez más cuidados?
Se responde que es obligación de los medios esgrimir argumentos, datos históricos, demostraciones científicas que puedan sustentar y convencer a los demás de cada cosa que se dice, de manera que solo los expertos podrían hablar de sus especialidades y a la gran mayoría de personas, como yo, que sabemos muy poco de todas las cosas que hay en el mundo para saber, nos estaría clausurado el derecho de hablar y de opinar desprevenidamente de las cosas, sin asegurar que lo que decimos sea una verdad absoluta ni que deba tomarse al pie de la letra y rigurosamente de ahora en adelante.
Como personas únicas, como individuos, tendremos que enfrentarnos, algunos más y otros menos, con la idea que los demás se hagan de lo que somos. Y lo que somos es lo que seremos sin que importe lo que piensen los demás, cada uno es lo que es, aunque la inmensa mayoría de los otros humanos no lo conozca y por lo tanto no tenga oportunidad de pensar nada acerca de su identidad. ¿Qué importancia tiene entonces si algunos se dejan llevar por su estereotipo y cuando me ven creen que soy una mujer con las características y en los términos en los que ellos se figuran que soy? Eso no me va a hacer convertirme en una persona diferente, ni tiene ningún sentido que deje afectar mi autoestima por lo que puedan pensar o decir de mi, así como no tengo que esperar que nadie me otorgue el derecho de ser como me dé la gana ser, tampoco necesito tener el reconocimiento de personas que no les interesa reconocerme, que prefieren quedarse con el prototipo que tienen de mí, su ignorancia es su problema.
De acuerdo con los argumentos esgrimidos a favor de la igualdad de aptitudes y capacidades de personas con diferentes orientaciones sexuales o razas o géneros, creo que en la mayoría de los casos las habilidades y aptitudes personales de cualquier individuo, terminan superando la primera impresión que tengan aquellos con los que se relacione, para bien y para mal; creo que es por la personalidad, por el desempeño o por el carácter o por cualquier otro elemento que cada uno resalte y haga ver frente a los otros como destacado en sí mismo, que cada uno va ocupando el lugar que le corresponde en el pequeño círculo social en el que vive, independientemente de las condiciones a las que se vea expuesta su existencia.
A favor del respeto y la sana convivencia de la gran diversidad de formas de ser presentes en nuestra sociedad, prefiero apelar al auto-reconocimiento, al cultivo de la seguridad en sí mismo, por encima de todo, antes que al impulso de sanciones y leyes antidiscriminación o reglamentos para regular la libertad de expresión de los que no están de acuerdo conmigo o no tienen las mismas causas filosóficas que yo.
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