Recientemente tuve una discusión con una activista feminista acerca de lo que implicaba los enunciados públicos, es decir, las cosas que un sujeto políticamente activo dice en contextos abiertos a los otros. La discusión surgió a partir de una pequeña diferencia en la que, según ella, lo personal es personal y no implica posturas que tengan impacto en el plano público, de tal manera que cualquier decir personal tiene validez en tanto que es el sentir y la expresión de un sentir privado. Esto me hizo pensar que, justamente, el feminismo de la segunda ola nos abrió los ojos acerca de la falacia heteropatriarcal de que existan dos ámbitos separados en la vida de los sujetos y de los cuerpos, a saber, uno público y uno privado. Con la consigna de “lo personal es político” las feministas de los 70´s nos enseñaron a ver que al desaparecer esa frontera se evita el doble moralismo de la sociedad en la que vivimos y se enrostran esas cosas de las que el régimen moral del macho no quiere que se hable porque resultan potencialmente emancipadoras. Para mí, que ya pasé por la escuela de leer a algunas feministas (lo cual no quiere decir que tal escuela sea necesaria, pero, hay que reconocer que, quien desconoce las teorías está condenado a repetir las historias que ellas intentan explicar) ningún enunciado por personal que sea deja de ser político, más aún si se es feminista y activista político/a. De hecho, ser Pinina Flandes es una cuestión política; salir a la escena pública, travestido y semidesnudo, no es un acto meramente exhibicionista sino una postura de resistencia, de rebeldía ante la homofobia y la transfobia. En Buena Bonita y Bogotana, pasa algo parecido, ninguna de las chicas que se desnuda se desnuda porque ella quiera simplemente ganarse una plata o exhibir sus atributos; hay un “más allá”, hay un acto de rabia, de disidencia, frente a una moral que distingue entre público y privado para sacar del fuero de lo político a la sexualidad y otras prácticas, reduciéndolas a planos sin efecto en las prácticas de lo común, en las prácticas de lo político. Aquí «nadie es modelo de nada» porque se trata de que no hayan esas guías y esos profetismos, sectarismos propios del heteropatriarcado; aquí se trata de politizar el cuerpo y el erotismo, a sabiendas de que «lo personal es político» y que cada quien mata sus pulgas como puede pero sin dejar de impactar el contexto moral en el que se ubica. Gozo y lúdica, sexualidad e intimidad expuestas, esas son nuestras armas para una revolución de otra manera.