Por Juan Guillermo Daza

Amigos, hermanos y hermanas Humanos:
Quisiera compartir con ustedes un par de observaciones. No son más que eso, observaciones, y no tienen la intención de ofender a nadie, de modo que se ruega que sean leídas con imparcialidad en mente.
Ustedes ven toda forma de maltrato a cualquier ejemplar de cualquier especie animal como un acto cobarde, sanguinario y absurdo. Algunos de ustedes son de la opinión que lo más grave es que se practiquen experimentos científicos con animales; algunos otros piensan que lo peor son las condiciones de campo de concentración en las que viven algunos millones de cerdos, gallinas, vacas, vicuñas, búfalos, avestruces o gansos de foie-gras; unos cuantos se lamentan más raudamente por la suerte de los animales del circo Gasca o por los micos de Patarroyo. Parece que la afrenta de moda es la consabida tauromaquia.
La tauromaquia es una de las expresiones culturales más arraigadas que países como Colombia, México, Perú y Brasil heredaron de su componente histórico español o portugués. Es una tradición antigua, que conserva cierta importancia para algunos sectores de las sociedades donde se conoce y se practica, pero que ya es indiferente para una mayoría y causa incluso repulsión en algunos individuos, lo suficiente como para que exista un acalorado debate en torno a ella.
En el debate, ustedes, los partidarios de una prohibición legal de la tauromaquia, la describen como un espectáculo sin fundamento alguno, donde el animal es aturdido violentamente antes de ser forzosamente enfrentado a hombres fuertemente armados para torturarlo y darle una muerte lenta y dolorosa, con el único propósito de satisfacer la sed de morbo de un público arribista, snob, sadista e indiferente.
Por tener la certeza de que su causa es noble, por sentirse seguros de que, si pudiese, el toro seguramente se los agradecería, ustedes están impulsados a hablar y actuar a favor de la proposición de que la rama legislativa de nuestra democracia debería establecer provisiones jurídicas que prohíban y castiguen todo tipo de crueldad o abuso hacia los animales, en un documento que quepa dentro de la definición general de un código de derechos de los animales.
Un espectador entusiasta de los toros, como yo, puede corregir a su parecer la descripción hecha por ustedes de la tauromaquia. Digo “corregir”, en vez de “alterar”, aludiendo a la probabilidad de que muchos de ustedes, por su mismo rechazo ante el espectáculo, estén alejados de muchas de las realidades detrás de lo poco que alcanzan a percibir. Lo poco que perciben es lo que les ha llamado la atención en virtud de su contrariedad con algunos de los ideales que ustedes sostienen como buenos y loables.
La realidad es que los toros son animales supremamente valiosos, tanto para los criadores como para los toreros y los espectadores. Los terrenos donde crecen y los cuidados que se les proporcionan durante toda su vida los convierten en la realeza del mundo bovino. La opulencia del trato que reciben podría compararse con el ganado del que se obtiene la carne Kobe del Japón, que alcanza un precio al consumidor que ronda las altas decenas de dólares por kilogramo. Y si de precio se trata, los toros resultan tan costosos que hasta un 80% de la boletería de corridas provincianas se consume en costear los animales. Lógicamente que el público exige, del torero y de los criadores, que el espectáculo sea lo más auténtico posible, en términos de la bravura del toro y del respectivo peligro para el torero. La plaza hace su parte por garantizar estas condiciones al disponer corrales para los toros donde estos puedan estar a plena luz del día un mínimo de 40 minutos antes de la corrida para aclimatar la vista, con suficiente agua para que el animal esté bien hidratado y vigoroso al entrar en el ruedo.
Se inicia con el tercio del picador por una sola razón: la pica cercena un tendón en el lomo del toro, de manera que éste no pueda cornear sobre la altura de la barbilla del torero promedio sin hacer un gran esfuerzo con las patas. Esto se hace para proteger al torero, y solo reduce la posibilidad de que el toro cornee saltando, por lo que no garantiza la total seguridad del hombre. Las banderillas tienen la finalidad de balancear la arremetida del toro para que éste avance hacia delante al cornear y no se lance sorpresivamente a un lado, sobre el torero, y no le causan realmente dolor, tanto como si una molestia enervante, como un piquete de mosquito a una persona. Su colocación consiste en el segundo tercio.
En el último tercio se da muerte; éste es el momento para el cual se ha criado al toro durante cuatro o cinco años, éste es el momento por el que ha vivido. Tras unos tres o cuatro minutos de suertes destinadas a cansar al toro para que se pare parejo, con los omoplatos abiertos, se procede a matar. Se necesitan los omoplatos abiertos para que el estoque no golpee hueso, desviándose de su trayectoria calculada y rasgando innecesariamente el músculo del animal. El matador se lanza de frente contra el toro, esquivando los cuernos en el pecho, y buscando introducir la espada de manera que corte el nervio simpático cervical superior, causándole un infarto fulminante al corazón, a la vez que no causa más dolor que el del corte a la piel, y propiciando una muerte prácticamente indolora en unas cuantas decenas de segundos. Si la estocada falló en este propósito, aún puede haber alcanzado directamente el corazón o un pulmón, resultando en una muerte menos digna, es decir, algo más larga y con algunas muestras de sufrimiento. El torero usualmente es abucheado por el público cuando esto sucede, y castigado con la imposibilidad de recibir premio. Por misericordia con el toro, en presencia de una estocada fallida, el presidente ordena el remate, y un mulillero da un golpe de gracia en la base del tronco encefálico con una daga corta, evitando al toro varios minutos de agonía.
En caso de que el toro haya dado una corrida excepcional, el público o el presidente pueden indultarle, en cuyo caso el torero efectúa sus últimas suertes del tercio final, y se retira para que el toro pueda ser guiado por la cuadrilla a la entrada a su corral, donde un cirujano veterinario le sedará y curará sus heridas, y posteriormente será devuelto a la hacienda para servir como reproductor durante sus dos o tres años de vida restantes.
Cada tercio de la corrida tiene sus características especiales, sus signos de belleza y de valor particulares, producto de siglos de refinamiento del arte. Pero la fiesta brava no es sólo la corrida. En torno a ella se desarrollan dinámicas sociales que incluyen y relacionan a personas de todos los estratos y de todas las posiciones de sus comunidades. La música, el arte, la gastronomía, el humor y la moda que se aúnan a la corrida atañen a los taurómacos de todas las edades y todos los apellidos, y absorben el sabor de las tradiciones y los imaginarios locales. El aprecio por los toros, incluso por algunos toros en particular, como íconos y como héroes, se desborda hacia la cultura popular de las regiones imbuidas de la afición taurina. Constituye, por ejemplo, un tema recurrente en las obras de orgullos nacionales como Obregón y Botero. Recuerdo el tema de la canción El Barcino, de Jorge Villamil, que narra la suerte de un toro que fue indultado en una corrida en la fiesta de San Pedro en el Espinal, Tolima. El animal fue a parar a manos de una columna guerrillera, que se lo llevó de su corral para el monte y se lo comió.
Esa canción me acuerda de mi abuelo. Dentista, rolo de pura estampa, profesor de la Nacional, y la persona más noble, generosa y honesta que jamás he conocido, junto con mi otro abuelo. Era bien finquero. Le encantaban los caballos, las vacas, los perros… Adoraba, también, el medio ambiente. Replantó con sus propias manos el bosque nativo de la vereda de Subachoque donde queda la finca. Le encantaba esa música. Y adoraba los toros.
Me molestan las críticas que se hacen de la tauromaquia porque se resisten a tomar en cuenta la cantidad de tradición que tiene en nuestra cultura. Es como criticar a los gaiteros o el desfile de silleteros. Es como decirme que mi abuelo era un sádico morboso. Esto, más que molestarme, me ofende, y me gustaría recibir una disculpa.
Si yo, como amante de los toros, pidiera una ley que obligue a todo colombiano a ir a toros al menos una vez en la vida, ni caso me harían, me ignorarían como a un loquito que está hablando solo. Si yo pidiera una ley que prohíba que se hable mal de la tauromaquia y sus partícipes, que proteja a los aficionados de que se les calumnie de asesinos y sádicos, me lo agradecerían aquellos que están cansados de que se les llame asesinos y sádicos, pero sólo como un gesto inútil y un tanto ridículo.
Pedir leyes que restrinjan la libertad de alguien más, porque a mi parecer el actuar de ese alguien contraría mis sensibilidades morales y mi concepto personal de lo que es ofensivo, es algo retrógrado, autoritarista, simplista e infundado. Más aún, es injusto. Sea cual sea el punto de vista acerca de la moralidad o la ausencia de ella, en la tauromaquia o en cualquier otro tipo de expresión cultural, ninguno de los polos de opinión tiene derecho de valerse del poder de la ley para obligar al otro bando a dejar las actividades y actitudes representativas de sus convicciones y personalidades.
Las leyes existen entre los hombres para definir cuáles son los comportamientos que la misma sociedad ha definido como inaceptables, y para especificar las medidas a tomar para sancionar a quienes se comportan de manera inaceptable bajo los términos de la ley.
Los derechos son exclusivos del ser humano porque es del ser humano exclusivamente la capacidad de racionalizar sobre el derecho, evaluar su grado de validez según su conciencia, actuar según su racionalización y valoración en ejercicio de su voluntad, y ser responsabilizado de tal ejercicio. Como los derechos son exclusivos al ser humano, la única forma de que las leyes protejan a un animal es en virtud de su condición de propiedad privada de algún individuo humano, o de propiedad pública bajo el escrutinio y para el beneficio de toda la sociedad; a un perro la ley lo protege del maltrato por parte de personas que no son el dueño en virtud de que es propiedad privada del dueño, pero del maltrato por parte del dueño solo lo protege la conciencia del dueño y la capacidad de éste para elegir un comportamiento hacia su perro que encaje dentro de su apreciación subjetiva de bien, en lugar de mal. En virtud de su capacidad de raciocinio y de juicio sobre el bien y el mal, el dueño puede, por ejemplo, decidir que su perro enfermo está sufriendo y disponer que se le aplique la eutanasia, y que expresar la voluntad de que el perro muera en este caso obedece a una responsabilidad asumida voluntariamente por el dueño, de velar por evitar sufrimiento a un ser desprovisto de las características que le permitan evitarse sufrimiento a si mismo.
De éste análisis de la naturaleza de los derechos se sigue que “derechos de los animales” es una contradicción en término. Se puede hablar de leyes en protección de la propiedad privada animal, en protección de los recursos naturales animales, y de la propiedad pública animal. Se puede hablar de la moralidad en torno al trato con los animales, en los mismos términos que se puede hablar de la moralidad en torno a actos de vandalismo, de trasgresión a la propiedad privada o de comportamientos surgidos de una apropiación de la escala socialmente definida de bien y mal desviada de la apropiación generalizada. Pero hablar de derechos de los animales, al igual que hablar de derechos de los bienes raíces o derechos de la maquinaria pesada, es atribuir a animales, bienes raíces o maquinaria pesada características que no tienen, y no van a tener por más que haya gente que insista que deberían.
COMO EXIGENCIA FINAL, DEMANDO FEHACIENTEMENTE QUE CESE TODO INTENTO DE COARTAR MI DERECHO DE EXPRESAR UN ASPECTO PARTICULAR DE MI CULTURA Y MI HERENCIA, CONCRETAMENTE LA PARTICIPACIÓN EN LA FIESTA BRAVA. EXIJO QUE AL QUE NO LE GUSTE IR A TOROS SE LIMITE A NO IR, EN VEZ DE TRATAR DE HACERLOS DESAPARECER. SI SE IGNORA MI EXIGENCIA, A RIESGO DE REBAJARME A SU NIVEL, ME VERÉ EN EL DERECHO DE EXIGIR A MI GOBIERNO QUE PROHÍBA LA MISOTECA, LAS IGLESIAS CRISTIANAS, EL REGGAETÓN, EL TROPIPOP, EL POLO DEMOCRÁTICO ALTERNATIVO, LOS MAL LLAMADOS “PUBS”, LA CICLOVÍA Y EL FÚTBOL, CUESTIONES CULTURALES QUE ENCUENTRO TODAS SUMAMENTE OFENSIVAS. LA RESPUESTA A NINGUNA BATAHOLA ACERCA DE ESCALAS DE VALORES SE SOLUCIONA CON LA PROHIBICIÓN. SI SE RESTRINGE LA TAUROMAQUIA, EL RESULTADO ES LA TAUROMAQUIA ILEGAL, AL IGUAL QUE LO HAN DEMOSTRADO SER LAS PELEAS DE GALLOS Y DE PERROS ALREDEDOR DEL MUNDO, EL ALCOHOL EN LOS ESTADOS UNIDOS DE LOS AÑOS 30, Y ACTUALMENTE LAS DROGAS. CON PASAR UNA LEY NO VAN A IMPEDIR QUE LA GENTE ACTÚE; SÓLO HARÁN QUE ACTÚE DE FORMA ILEGAL. POR LO MENOS PUEDEN EVITAR QUE SE GENERE DE LA NADA UNA SITUACIÓN DE ORDEN PÚBLICO ABSURDAMENTE FICTICIA A LA VEZ QUE DOLOROSAMENTE REAL. DEJEMOS LAS LEYES PARA LOS VERDADEROS CRÍMENES.
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